miércoles, 2 de abril de 2008

¡HAY HAMOR!



QUÉ FALTA DE IGNORANCIA


Esta semana el Banco Mundial me invitó a un curso sobre la calidad de la educación en el Perú. Tres días en un hotel. Buenos expositores. Gracias por desasnarme. Un interesante estudio del por qué nuestros niños no entiende lo que leen. Por qué el gasto en Educación --con mayúsculas-- no resuelve los estándares de calidad. Por qué los maestros son tan “esto” como diría Ortiz. Poco hubo del Sutep. Sí de la desentralización y la municipalización en la formación de nuestros escolares.



Yo estudié en un colegio fiscal de Surquillo. El 401. Mi profesor fue el marcial Sr. Perales y el rijoso y genial zambo Gregorio “Goyo” Martínez. Qué lujo. Con uno aprendí la cuadratura del círculo. Con el otro, el de Nazca, por qué el Coquito decía con maña: “mi mamita me mima”. Fuera de la chanza. Eran fregados pero tenían una vocación y una gracia para hacer de lo aburrido un acto de excitación. Nunca saqué un diploma. Saqué un gozo por el aprendizaje.
Aquello de que no se entiende lo que se lee tiene múltiples factores. No sólo pasa con los niños de segundo grado –deben leer fluidamente 60 palabras en un minuto--, ocurre con los de la Sub 17 y con los congresistas. Con los cocineros de Gastón Acurio y con los burócratas del MEF que ya fregaron a los escritores. Me explico. Uno: se enseña mal. Dos: se es obtuso para explicar. Tres: nos gana el hambre. Cuatro: el país es corrupto hasta sus cachas.



En España como aquí el 72% de los estudiantes yerra al emplear la ‘h’. De ahí el título de esta columna. El 35% no comprende un texto con 2 adverbios. El 49% redacta con tan sólo 40 palabras. Los estudios dicen que la amenaza principal del idioma es la homogenización de la lengua y el pensamiento por parte del poder, las instituciones y los medios de comunicación. ¿El drama sólo es en castellano? No, igual ocurre con el inglés, el francés o el italiano, todos anquilosados por los medios.
Solución: los libros. Aprender de El Quijote y con Cien años de soledad. Con clásicos y modernos. No leer Magaly ni Selecciones. Así, llamaremos a las cosas con el corazón y con libertad, jamás con sostenes.

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